En esta religión solo determinados comportamientos alimentarios se consideran pecaminosos o, al contrario, un medio para lograr la santidad. Por ejemplo la gula comer y beber desordenadamente, en exceso constituye para la moral católica uno de los pecados capitales. En sentido contrario el ayuno, la restricción, sobre todo en ciertas sustancias, como la carne, el alcohol o, incluso la sangre representa la bondad.
Al igual que en otras religiones, la principal prohibición alimentaría recae en el consumo de carne. En este sentido, los días del año se dividen en días grasos o “de carne” por oposición a los días de vigilia o magros (cuaresma, adviento, los viernes y los sábados), durante los cuales estaba prohibido tanto la carne de los animales como su grasa. En los periodos magros, la carne debe ser remplazada por productos de origen vegetal como legumbres, pastas, arroz, pan, caldos de legumbres, frutas crudas o cocidas, huevos o pescados.
El pescado, sin embargo, tampoco debe ser graso, por lo que se excluyen el atún, la sardina o el arenque. Tampoco debían consumirse platos o preparaciones consideradas festivas, suculentas, que resulten contrarios al espíritu de penitencia que exige una comida frugal, incluso insípida.
De acuerdo con estas prescripciones, se generalizo en la Europa católica el consumo del bacalao, del que existía un mercado asegurado y barato.
En efecto el bacalao era un modo barato de poder ingerir proteínas durante los numerosos días de abstinencia propios del calendario de la iglesia católica.
Así mismo, si la manteca sobre todo de cerdo, era la grasa habitual para las preparaciones cárnicas y de repostería, el aceite aparecía ligado alas prohibiciones propias de los días de vigilia o magros.
Contreras, Jesús, “Alimentación y religión”, Observatorio de la Alimentación, Parc Científic de Barcelona, Universidad de Barcelona. En: http://www.fundacionmhm.org/tema0716/articulo.pdf (consultada en julio de 2008).
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